miércoles, 3 de diciembre de 2008

se lo echaron en caldo...

Turista malandreado


Todo el mundo te malandrea por aquí. La vieja que te mira burlona, la otra que chalequea a los amigos que están en la cola para votar, el tipo con pinta de policía que anda de “incógnito” con su franela roja y reparte chuletas del Psuv, los carajitos que hacen lo mismo pero con chuletas de Primero Justicia.

Te malandrea la “testigo” que te cae con el cuento de que no puedes tomar fotos a menos de 200 metros del centro electoral como si tuvieras la cámara arrechísima de Edmundo Fuenmayor.

Te malandrean con su actitud los flacos –impelable la guardacamisa ovejita blanca- que miran recostados a la pared como consintiendo que por hoy y sólo por hoy se instale en su calle este bochinche de gente para allá y para acá y de motos de la Guardia Nacional circulando como si nada.

Te malandrea la señora que vende hervido y pinchos y que te dice que no votó por uno de los candidatos porque le parece un inútil y porque además “está en la lista de los patos”.

Te malandrea todo, en realidad, porque una cosa tan seria como esta elección –la del 23-N, se entiende- aquí es una feria colorida y ruidosa en la que no existe la ley seca y las cervezas ruedan muy frías desde temprano y en la que las rígidas normas del CNE no alcanzaron la cumbre del cerro en Petare y quedaron extraviadas allá abajo en el valle caraqueño.

Hay, incluso, una forma malandra de ser motorizado: una pose inequívoca que envía señales, una manera de sentarse, de posar los pies, de controlar la burra y entrompar el camino. El malandreo es un modo, más allá de otros asuntos.

Y te puedes equivocar: miras entre las casas apretujadas a cada lado de las escaleras y ves el Ávila a lo lejos y los edificios y si decides tomar una foto puede que más tarde te arrepientas y sientas que quebrantaste un código que no conocías y se te acerque ella, la trigueña de pantalón blanco a la cadera, a preguntarte que por qué carajos le estabas tomando fotos a la casa aquella, que para qué y con qué propósito.

Torpemente le explicas algo que a ella no le interesa porque no tienes una razón suficiente: ¿qué vas a decirle? ¿que eres arquitecto y te llamó la atención la forma de las columnas, el arte y la técnica de echar las bases en pendiente?

¿O le vas a decir que la ciudad se ve muy bonita desde aquí y que la felicitas por esa vista tan interesante?

No lo creo.

Ni siquiera el tipo de la zona con el que hablabas intercede a tu favor. Ella se aleja y te mira desde su esquina acompañada de otra que parece aún más molesta. Entonces te acercas para seguir explicando nada, para decirles que no hay segundas intenciones y especialmente para que te calibren bien y se convenzan de que eres un pendejo que quiso llevarse una postal. Nada más. Un turista en el barrio.

23N, formato mini

Se ganaron y se perdieron espacios de bando y bando. En algunos lugares la masa demostró que es más inteligente de lo que los líderes políticos creen y en otros dejó en evidencia que entre esos líderes hay mucho estúpido.

Eso, en pocas palabras y sin mayor aspaviento retórico.

En todo caso, esto de ahora sirve también para vislumbrar cómo será la cosa el día –si es que llega- que el de Sabaneta deba entregar Miraflores: el ejemplo que Diosdado dio.

No habrá, claro que no, nada ni remotamente parecido a la actitud gallarda del viejito McCain: ese bicho derechista, conservador, engendro del mal y todo lo que quieran, que aceptó su derrota como un caballero y dio su mejor discurso la noche en que supo que había perdido.

Me pregunto si los intelectuales del chavismo se preguntarán por qué tanto caos en la entrega de Miranda o si elaborarán ensayos referidos al cerco a pan y agua al que someten al nuevo Alcalde Mayor que eligieron los caraqueños. O sobre las ansias de seguir atornillado que exuda el comandante que anda en campaña navideña. ¿Con qué se come eso? Esas son las explicaciones que quisiera leer de esos militantes ilustrados.

Es Del Carajo



- Hermano, véngase para del carajo
- Ajá. ¿Y qué hacen ahí, cenan o toman?
- Tomando. Véngase

Aclarado el punto vía mensajito de texto, termino de fumar lo que queda del puro en el espacio abierto de la pizzería Miami y busco un taxi. Pero se hace raro indicarle el camino: “Voy para un sitio que se llama Del Carajo”.

Y, claro, me tocó el taxista recién llegado a Barinas, el que se vino de los andes, el que no conoce bien la ciudad y el que –espero- no empiece a contar historias de cómo los paracos están poniendo orden en los pueblos de Táchira.

Equivocado estaba: como tantos otros, el taxista no reprime el dejo de admiración por las fulanas Aguilas Negras. Sólo escucho y me guardo los adjetivos.

En la avenida Alberto Arvelo Torrealba está el local que muestra su nombre sin atender a los pruritos de las leyes sobre menores ni a nada que se le parezca.



Del Carajo se llama y esa es su promesa básica: que allí la pasarás, claro, del carajo.

Acomodado en la barra encuentro a mi amigo Antonio tratando de convencer a un caballero de años y whiskys acumulados de que el candidato Julio César Reyes es casi peor que el hermano del presidente y de que debería darle su apoyo al de la oposición.

En ese lugar de la barra el aire acondicionado es casi criminal y el barman, a lo criollo, sepulta el escocés en un vaso que para ser granizado sólo le falta el chorro de colita y de leche condensada. No hay manera de que entienda una idea simple: “poco hielo, por favor”.

Hoy es la noche en que las mujeres toman gratis todas las cervezas ligeras que quieran. La idea, sin duda, es que la pasen del carajo y circulen por ahí a tiro de cualquier cazador envalentonado por el whisky.

Del Carajo es así: un espacio generoso, con una pista de baile que lo corona y con una pantalla donde puedes ver arqueología musical: debe ser el único sitio en el mundo –además de Youtube- donde puedes ver videos de las Chicas del Can y de Bonny Cepeda sacudiendo la escarcha del afro en un escenario de Venevisión.

Del carajo, ¿no?

jueves, 6 de noviembre de 2008

"Tulio Alvarez exigirá la renuncia a Chávez al resultar electo como Alcalde"

Ese es el título de una nota de prensa que mandaron hoy. Toda una promesa electoral con sustentación:

"El abogado explicó las razones por las que el presidente venezolano no debe continuar en el poder, entre ellas que representa la barbarie, el retroceso al siglo XIX, el caudillismo, la corrupción, la violencia, el engaño la mentira ya instigación al odio. "Usted debe renunciar porque usted no merece ser Presidente de los venezolanos".

Quedan avisaos los hatillanos: el comandante debe estar temblando...

viernes, 24 de octubre de 2008

Hediondo a hawaiano

Mira que venirse a equivocar así en Barinas, tierra ganadera aún a pesar del Inti, de las invasiones y de los secuestradores que impiden a los hacendados pasar un buen rato rascándose la panza en sus fincas a las que visitan casi de manera clandestina o al amparo de pequeños ejércitos privados.

En Alto Barinas –la zona “bien” de la ciudad- hay dos modernos centros comerciales que abrieron sus puertas hace menos de dos años. El tercero, que iba a ser el más grande, se quedó en pilotes y movimientos de tierra porque sus promotores decidieron que no podían trabajar azotados como estaban por una plaga sanguinaria y sedienta de billetes que extorsiona bajo el paraguas de un sindicato bien conectado con el poder político local y tan fiero que ha puesto en riesgo hasta a las propias obras contratadas por el gobierno del mismísimo Hugo de los Reyes.

En uno de esos mall, como ya es norma, hay una ruidosa feria de comida de la que emanan olores que son todo y nada: imposible diferenciarlos, es el aroma del la industria del fast food y de las bandejas donde se marchitan las lechugas.

No es ese el lugar al que quieras ir a almorzar luego de un par de jornadas de reporteo sobre la aterradora situación de inseguridad de la región. En esos casos tratas de evitar la bandejita, los cubiertos de plástico y el arroz amarillo radiactivo.

Quieres, coño, que alguien te lleve la comida a la mesa, que la hagan al momento, que haya aire acondicionado y que el extractor cree un ambiente que te permita disfrutar los distintos aromas que se desprenden de tu plato.

Eso quieres, pero puedes equivocarte muy feo.

Has visto que arriba, subiendo por la escalera mecánica, anuncian restaurantes. Algo más formal, más lento, más acorde con tu ánimo. Y cometes el error de entrar a un lugar llamado B.way, adornado con fotos de Lennon, de Dylan, de Morrison, de Sinatra, pero en el que suena de principio a fin uno de esos espantosos discos de Arjona.

Sabes que debes huir, pero te empeñas en hundirte hasta el fondo porque crees que la cosa, finalmente, no puede ser tan mala, que la música puede variar, que un buen servicio puede aislarte del ambiente musical.

Vuelves a equivocarte.

El mesonero tonto e indolente hace todo lo posible por ganarse el premio mayor: que te levantes, lo sujetes por el cuello y lo lances escaleras abajo. Pero no. Eres un tipo civilizado. Y ningún juez fanático de Pablo Milanés aceptará como atenuante una locura momentánea inducida por las lamentables composiciones del guatemalteco que se gana la vida haciendo siempre la misma canción. Así que respiras hondo, repasas el menú y pides un trozo de punta trasera acompañado de una papa horneada, mientras que Gustavo, el fotógrafo, elige un lomito con guarnición de vegetales. Todo es tan simple…

Mientras llega la comida vas a descargar líquidos y ahí te das cuenta de dos cosas: que la cocina está demasiado próxima al baño –al lado- y que el calor de la parrilla y la concentración de humo asfixia y deja ciegos a los pobres muchachos encargados del fogón.

Sabes que ahora sí debes salir de ahí, que no te puedes fiar de un lugar que juntó al “miccionario” con las brasas. Pero desoyes la voz de tu instinto y te quedas, ya al borde de la desesperanza,

Y todo salió peor.

Tu carne es una suela chamuscada. De buen sabor pero chamuscada y más que muerta, asesinada. Y de pronto Gustavo dice que no puede comerse aquello: le han traído una carne con un trozo de queso encima, como gratinado, que no concuerda con lo que prometía el menú. Y dice: “No me gusta como huele esta carne, no me la puedo comer”.

En efecto, su carne tiene un olor fétido, podrido. Y la devuelve. La tuya no está tan mal después de todo o es el hambre, ya ni sabes. Gustavo se va a la feria y la dueña del lugar se acerca a preguntar qué fue lo que pasó y a explicar que ese día, justo ese día, se averió el sistema de extracción y que ya no va a “marchar” más órdenes porque así no se puede cocinar. Tampoco se puede estar: te pican los ojos por el humo, apestas.

Y entonces añade: “Ese fue el queso hawaiano”.

- ¿El qué?
- El queso hawaiano que le pusieron encima a la carne. No es que la carne esté mala, esa me la trajeron hoy, es que el queso hawaiano le da ese olor.
- ¿Hawaiano?
- Sí, mi amor. Eso es.

Quise recordarle que estamos en Barinas. En el llano. Preguntarle que qué coño es eso de queso hawaiano, si en esas islas lo que hay es cocos, muchachas bailando con vestiditos floreados y coctelitos de ron malo. Decirle que si acaso hicieran algún tipo de queso en semejante lugar, para qué diablos tendrían que traerlo a Barinas.

Pero no. Ya era demasiado.

Pagué y me fui a la feria. Ahí cometí otro error: pedir un expreso manchado…

miércoles, 22 de octubre de 2008

Y que la lucha es de clases

Están ahí hablando mal del gobierno. Tanto que se puede decir.

De pronto se comenta sobre lo insoportable que es ir en temporada alta a Tucacas. También es mucho lo que se puede decir: el tráfico, la luz que se va, el gentío, los muchachitos ebrios picando en la camioneta de papi, los peñeros full, los cayos copados, la especulación, la escasez de empanadas…

Pero ella -muy joven, hila las frases de forma atropellada, como encadenándolas- agarra la cosa por otro lado: se ufana de su humilde cuna y aún más de la evolución que significa haber podido educarse en una universidad y siente que eso la coloca en otro lado, en uno más allá de esa gente chusma que se apretuja en las playas y que constituyen el verdadero problema. Esa gente sin educación que deja la basura en la arena, que afea el paisaje con su multitudinaria presencia, esos que ahora tienen un poco más de dinero y se lanzan a las costas de Falcón como una plaga de balurdería insoportable.

La otra –también joven, de apellido musiú pero de fenotipo combinado- se monta en lo mismo: es cierto, esa gente que no son como ella, ha desplazado de las playas de Tucaras a la gente que sí es como ella pero a la que ya no le provoca compartir espacio con los recién llegados.

Es la lucha de clases… pero por un pedazo de arena y mar. Y hasta por el derecho a su frasquito de rompe colchón.

Hoy llego al comedero habitual en la Urdaneta. El gordo que cocina me mira en la cola y dispara: “¡Universal! ¿Atún?”

Asiento moviendo la cabeza. Esa “transparencia gastronómica” me ahorrará unos minutos de espera.

Consigo mesa. En realidad son dos pegadas para cuatro comensales. Las separo un poco. El lugar está casi lleno. Y mientras leo en Tal Cual el relato de la manoseada que le dieron a Fernando Mires en el aeropuerto de Maiquetía, se acerca una señora:

-¿Están libres estos tres puestos?
-Sí, adelante.

La doña quiere los tres. Tendré compañía. Se sientan entonces dos cincuentonas del tipo de las que las muchachas no querrían tener tan cerca mientras se untan bronceador en Tucacas. Hablan de problemas laborales. De líos internos en alguna dependencia del Estado.

-Y les dije: ¿ustedes sí pueden tener fotos de Chávez por todos lados pero yo no puedo tener las mías? Están muy equivocados. Como dicen ustedes, Pdvsa es de todos, no solamente de ustedes que lo único que han hecho es destruir…


Luego hablan de un hospital. Dicen que alguien quiere perjudicar a algunos empleados. Pero: “menos mal que una sabe quiénes son los que de verdad trabajan ahí, no esa cuerda de chavistas que están por todos los hospitales y no trabajan ni nada”.

La miro bien: lleva una gorra de apoyo a Ledezma.

Es la lucha de clases, pero entre la misma clase.

Se buscan ingenieros eléctricos

Es la mentalidad militar: no hay que buscar el origen del problema, hay que encontrar un culpable, algún pagapeo con diploma y anillo universitario, y me lo ponen preso, carajo.

El oficial encargado de la luz actúa como le enseñaron y ordenaron: en 15 minutos se dio cuenta de dónde estaba la falla y quién sabe en cuántos minutos más definieron los nombres de los ingenieros que hoy hacen el papel de saboteadores en el imaginario oficialista.

Si se convierte en práctica frecuente en pocos meses habrá escasez de profesionales de la electricidad. Es fácil estimarlo: ¿cuántas veces al día se va la luz en Bolívar, en Amazonas, en Guárico, en Barinas? Por cada apagón, un ingeniero preso.

Ser ingeniero eléctrico se convertirá en uno de los oficios más peligrosos del país.

Porque la responsabilidad es de otro, no de los 10 años de mal o nulo mantenimiento de las redes. Así que hagan fila: un preso, dos presos, tres presos, cuatro presos... y pongan un aviso buscando especialistas en electricidad revolucionarios y bolivarianos dispuestos a ofrendar la vida por esta causa: la de cuidar que no venga un saboteador a bajar el suichecito con el que se corta la luz de medio país de un solo golpe.

Tan mal estamos: sólo tres personas hacen falta para dejar al país a oscuras.

¿Y así queremos vencer al imperio?

lunes, 13 de octubre de 2008

Tiempos primitivos

Hablaba con un amigo acerca del asombro que produce la noción de que algunas de las cosas que se ven en el cielo en realidad ocurrieron hace miles de años, nos están llegando desde el pasado. O algo como eso. La idea me supera.

Una perturbación similar, aunque desagradable, ocurre al ver el lamentable nivel de la discusión política en el país: desgraciao, delincuente, mafioso, imbécil, más imbécil serás tú, sinvergüenza, te voy a poner preso, preso vas a ir tú, batequebrao...

Así que la barbarie nos alcanza. La mortecina luz del primitivismo político se deja ver sin telescopio confirmando que estamos como el cangrejo y a paso de vencedores.

Dirán lo que quieran de los gringos, pero cuando uno ve a Obama y a McCain debatiendo sin gritar, sin insultos directos y tratando de proponer algo a sus electores que están sentados allí, haciendo preguntas sin que salte un Barreto a escupir a un Leopoldo o sin que brinque una Maeca a entrompar con una Lina, se siente que todo eso llega desde algún tiempo lejano. O del que nos vamos alejando.

NatGeo es un enredo

National Geographic me está confundiendo.

Por un lado la revista manda a la insigne Alma Guillermoprieto, periodista mexicana, a que deje su casita en Estados Unidos y venga -como tantos- a documentar lo que está pasando en este lado del mundo. Y por el otro, el canal manda a Alvaro Vargas Llosa a que haga lo mismo.

Alma vino a Caracas, vio el Aló Presidente, se tomó un café con Teodoro y visitó un cerro. Y publicó en abril de 2006 un texto en el que no pudo ocultar su simpatía por ya saben quién. Ese no es el problema: es asunto de ella. Pero fue decepcionante que su visión de lo que aquí sucede se redujera a pintarnos como un país en el que los pobres pelean contra los ricos y ya.

También fue a Bolivia. Ahí llegó con su maletica llena de afectos por la lucha indigenista, cosa que también es asunto de ella. Pero en su texto de julio de 2008 también redujo la compleja realidad boliviana a lo que se ve por encima: el mundo indígena se rebela al blanco opresor. Evo es la esperanza.

Y anoche se apareció el otro Vargas Llosa con una visión, digamos, distinta. Alvaro encaró el asunto del indigenismo latinoamericano describiéndolo como un polvorín, como un reclamo genuino pero mal orientado y que terminará siendo una oportunidad perdida casi lo mismo que la reforma agraria mexicana: "que benefició más a los reformistas que a los indígenas".

Eso es lo único que recuerdo del programa, porque Alvaro me tenía desconcertado: ahí estaba -las cejas negrísimas, nariz más que aguileña, cutis impecable aún en el tierrero de un poblacho a las afueras del DF- con un peinado que te hace pensar que el regreso de José Luis Rodríguez es una conspiracion global, con esa cabellera que te distrae porque temes que en medio de la entrevista- digamos- con el colombiano Alvaro Uribe, don Alvaro (el peruano) con su cara muy seria, en cualquier momento va a sacar una caja de chiclets y se convertirá en "tu amigo el puma" y todo se irá al diablo.

Otra cosa resulta inquietante de ese programa: Alvaro visita cuatro países, al menos una docena de pueblos, conversa con presidentes y hasta con el tataranieto de Emiliano Zapata... y siempre, siempre, lleva puesta la misma ropa.

¿Qué artilugio maravilloso de la producción televisiva será ese? ¿Qué novedosa tecnología han usado para confeccionar esa camisa azul, ese pantalón, que se mantienen limpios y frescos entre Bogotá y Santa Cruz, entre Ciudad de México y Lima, entre Chuquisaca y Tamaulipas..?

National Geographic me está confundiendo. Ya lo dije. Y lo repito.

sábado, 4 de octubre de 2008

Mataron a Besos con Chimó

Ese es un titular encontrado en La Noticia de Barinas, el jueves 2 de octubre.
El antetítulo es aún mejor:

"Un tiro y no besó más!".

Así, con la exclamación a lo gringo.

El sumario lo explica todo:

"El cantante de Son Sureño, Héctor Molina Ramírez (39) murió en extrañas circunstancias"
"En Barinas se presentó una veintena de veces en solo seis meses, luego del éxito de El Chatarrero y Los Besos con Chimó del cual era vocalista"

Leyendo la reseña uno se entera de que el infortunado Molina también "mataba tigritos como se dice en criollo" con un taxi.

Al parecer llegó en el taxi a su casa en "el sector La Providencia, vía a La Palmita de Mesa de Bolívar en el vecino estado Mérida". Se devolvió a buscar una escopeta que había dejado en el carro y se dispuso "a echarse un baño".

Su cuerpo presentó lo que se describe como "un impacto de bala, aparentemente proveniente de una escopeta de su propiedad".

¿Bala de escopeta?

viernes, 26 de septiembre de 2008

United Colors en Chacaíto: perra vida

El Metro que se fue


Antes se podía. Ibas en el metro tranquilo, con aire acondicionado, evitando la cola, atravesabas la ciudad acompañado de un buen libro.

Sólo dejabas el asiento si aparecía una viejita, o una embarazada. Nunca si la chica estaba buena: mejor que siguiera de pie.

Rumbo a la universidad leías el capítulo que te faltaba del libro ese de sociología que pesaba tres kilos y aburría lo equivalente a su peso multiplicado por el número de páginas. O en días más relajados algo de literatura. Y hasta el periódico podías desplegar y compartir con el vecino de asiento.

Aquellos tiempos.

Ahora tienes suerte si logras subirte al vagón. Y más si el aire acondicionado funciona. ¿Alguna vez te ha tocado el vagón que no tiene aire a las 5 de la tarde?

No querrías estar ahí.

Y de libros ni hablar. Si levantas el codo se lo clavas a alguien en la cara. O en el esófago, si acaso lograste conseguir asiento. Y es trabajoso eso de leer con las páginas pegadas a la nariz, si es que insistes.

Anda a leer a tu casa: Caracas es otra. Ya éramos muchos y parieron todas las abuelas. O algo así.

Yabadabadú




Lo veo en esa foto y pienso: Pedro Picapiedra.

Pero no en el dibujo animado, sino en John Goodman haciendo de Pedro en esa película de 1994 que nunca debió haberse hecho. Es decir, la mala versión de Pedro.

Es tremendo lo que hacen unos kilos menos. La Dieta Antonini será un best seller: carga con 800 mil dólares en un maletín –ahora todos aprendieron a decir “valija”-, escapa por el Sur, ve a dar a Miami y ahí te juntas con el FBI para sapear a tus viejos amigos.

Es más difícil que la dieta de los puntos. Pero más emocionante debe ser sin ninguna duda.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

La revancha del inquilino

Un viejo y ya desagradable dicho se mantiene en los periódicos: “pasante no es gente”. La verdad es que es el último vestigio que queda de otros tiempos en los que el arribo de la camada de estudiantes de los últimos años de Comunicación Social se prestaba para más de una broma pesada y unas cuantas encomiendas de café a algún pichón o pichona de periodista. No sé si en otros oficios la cosa se mantiene igual, pero en éste hace ya años que sólo queda esa línea gastada que, sin embargo, aún funciona para que algunos se rían un poco. Lo cierto es que apenas entienden cómo funciona el sistema editorial, hoy los pasantes se convierten en figuras muy útiles dentro de las redacciones. Tanto que más de uno deviene en “quedante”. Pero ese es otro cuento.

Hace ya largo rato que vivo en el mismo edificio. Durante muchos años lo hice como inquilino y ahora que, al borde los 40, al fin he alcanzado el codiciado estatus de copropietario con título recién firmado, he caído en cuenta de que hasta entonces era casi como un pasante aquí en el edificio: no era gente.

Más de una noche nos topamos mi esposa y yo con la celebración de una de esas reuniones de condominio de sillitas de plástico y debates acalorados acerca de cuál será el color idóneo para pintar los pasillos, cómo hacer para que la doña aquella saque de una buena vez del estacionamiento ese roñoso Mercedes que nunca volverá a rodar o a quién se le encargará el proyecto de levantar el muro exterior que terminará coloreado de extraño color salmón. Debe ser tan desconcertante ese tono rosáceo que ni los grafiteros se han atrevido a mancillarlo…

Y uno pasaba de largo dejando un “buenas noches” resentido y temeroso. Sobre todo temeroso porque al entrar al ascensor decorado al estilo panadería siglo XXI, encontrábamos pasmosa evidencia del tipo de decisiones estéticas que se estaban tomando en esas asambleas vedadas a un pinche inquilino sin voz ni voto ni nada que se le parezca.

No señor, ni teniendo el buen gusto de Titina Penzini, ni el manejo espacial de Totón Sánchez, ni la sobria exquisitez de Carolina Herrera o las habilidades decorativas de Sandy Jelambi, podías participar en las resoluciones de esos consejos vecinales que terminaban por inducir un estado de angustia insomne: “Dios mío, ¿y ahora qué le harán a este sufrido edificio?”.

La situación empezó a cambiar desde el mismo momento en que se corrió la voz de que la parejita del 28 estaba tratando de comprar el 23. Las señoras más simpáticas sorprendían con sus buenos deseos de que la negociación se concretara y las matronas más recias empezaron a vernos con algo más que la cortesía habitual.

Firmados los papeles la transformación fue total. Hasta bienvenidas al mundo de los copropietarios hubo. Ya éramos más gente que antes, miembros plenos de la comunidad con derecho a tumbar paredes y sacar toneladas de escombros polvorientos escaleras abajo.

Ya instalados desde hace pocos meses, de pronto enfrentamos una curiosa matriz de opinión que corona el estatus actual: hay quienes se han hecho a la idea de que podría recaer en este hogar la presidencia de la junta de condominio en un futuro no muy lejano, aunque copropietarios seamos el banco, mi esposa y yo, en ese orden de importancia.

De momento, me conformo con la oportunidad revanchista de una reunión que incluya mi sillita de plástico, no sólo para ver qué hacemos con el color carne de lechón de los pasillos, sino para darme el enfermizo gusto de mirar de reojo al inquilino que cruza cabizbajo y sube preocupado rogando que no se nos ocurra un despropósito monumental como sustituir el hermoso granito de la entrada por un porcelanato a juego con esos ascensores inútiles que se dañan todas las semanas. Pero nada: sigo esperando esa convocatoria que no llega, como nunca apareció el fulano Godot.

(Texto publicado en la revista Sala de Espera, septiembre de 2008)

viernes, 19 de septiembre de 2008

El rey Bhumibol de Tailandia sanciona a Somchai Wongsawat

Este es otro. Muy claro todo, cualquier lector de Bangkok lo entenderá perfectamente.

martes, 16 de septiembre de 2008

Mozilla exige a Ubuntu incorporar una EULA al Firefox

¿Entendieron?
Yo tampoco. Pero ese titular es real.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Promesas del deporte

Ya han pasado unos cuantos días y no hemos vuelto saber de la promesa aquella. Mejor dicho, de algo sí nos enteramos: de que ni siquiera el ministro de la Secretaría cumple las órdenes del míster.

A este muchacho le ordenaron irse a San José (en Zulia) a resolver una situación allá y no lo hizo. O al menos no tal como le indicó su jefe: el día en que debió estar pasando calor en ese pueblo zuliano que al parecer ni siquiera sale en los mapas, el bisoño funcionario andaba coleado en la visita oficial a Honduras.

Y eso que todos vimos y escuchamos cuando el patrón le dijo que se quedara aquí, rodilla en tierra, y se fuera a atender ese asunto.

Para los desmemoriados, fue en el Aló Presidente del 24 de agosto, el número 318. Jayce Andrade, del equipo olímpico de voleibol recién llegado de Pekín, se acordó de su pueblo en medio del emocionado encuentro con el comandante:

- ¡Ah! Le quería decir otra cosa, que el convenio que tenemos los dos del gimnasio de voleibol, allá en mi pueblo, lo estoy esperando todavía.
- ¿Dónde?
- En San José.
- ¿En San José de...?
- Sí, el proyecto que hablamos nosotros dos...
- ¿En San José de...?
- Que no está en el mapa todavía...
- Sí, pero San José de...
- Del Zulia.

Uno puede entender la confusión. En este país hay demasiados lugares que se llaman San José. O Pueblo Nuevo. Pero superado el desconcierto geográfico, el presidente decidió resolver ahí mismo y zanjar esa deuda pendiente con la joven atleta. Sólo que ese día no estaba a mano la ministra de Deporte. Y se le ocurrió que este muchacho Héctor Rodríguez, excelso jugador de baloncesto según nos pudimos enterar, sería el indicado para la misión de honrar la vieja promesa:

- Mira, tú te vas, pero tú mismo, para allá para San José, y Luján, te llevas a Luján, de la Fundación. Es un estadio, un gimnasio, del que hablamos.
- Jayce Andrade: Sí, un estadio.
- Héctor Rodríguez: ¿San José de dónde?
- Jayce Andrade: En San José, Zulia.
- Ustedes conversan después en el estado Zulia.
- Héctor Rodríguez: Del Zulia.
- Es para hacer un gimnasio allá.
- Jayce Andrade: Bueno, también hay un par de cosas que hay que mejorar, como es un pueblo muy chiquito no tiene mucha atención, y como es muy lejos, nadie va.
- Bueno, él va a ir.
- Jayce Andrade: ¡Okey!
- Tú lo acompañas y van juntos allá, y te llevas tu equipo y tal. ¿Mañana van? Bueno, te vas mañana.
- Jayce Andrade: ¡Okey!
- Mañana te quedas, no te vas pa’ Honduras, te vas para allá para San José.
- Héctor Rodríguez: Me quedo.

Y ahí quedó Andrade. Quizás intentó comunicarse con Héctor para cuadrar la hora de salida. Para explicarle bien la precaria situación de su pueblo. Para ver si se iban juntos en alguna camioneta del ministerio o qué. Pero nada: cualquier cosa, hasta ir a Honduras, debe ser mejor que cargar ese bacalao hasta San José, ¿San José? ¿San José de dónde?

Tampoco se ha hecho público el desenlace de otra historia del deporte vernáculo. Y eso que esta protagonista sí trajo medalla. Apenas se bajó del avión, repartió un par de abrazos, Dalia Contreras se sintió con valor para reclamarle al míster otra promesa: “Que me dé lo que me ofreció, una vivienda digna. Creo que me lo merezco”.

¿Dalia? ¿Dalia qué, me dijiste? ¿Farruco, está por ahí Farruco? ¿Y Héctor?

viernes, 12 de septiembre de 2008

Día de furias

Hoy sólo ha faltado que lluevan sardinas. O sanguijuelas.

Las cosas se ponen raras. Uno le dice al otro “yanqui de mierda”. 72 horas para que salgan del país los de la misión diplomática estadounidense que aquí son un gentío. Hasta una peluquería hay en la embajada gringa.

¿Para qué? ¿Por qué?, nos preguntamos todos. ¿Cuenta este señor con un mejor cliente para el chorro de petróleo? Vaya usted a saber.

Los rusos traen aviones. Dicen que luego se pasarán un buen rato por estas tierras con sus máquinas y un barco impulsado con energía atómica que carga con una especie de maldición, que ni el cañonero del judío errante.

Hay declaraciones locas por todos lados. Doña Palin se soltó las bridas y amenazó con una guerra Estados Unidos-Rusia. Dijo que no se calaba una nueva agresión a ese paisito llamado Georgia. Tal vez lo confundió con otra Georgia, una que le queda más cerca, la del blues, la Georgia on my mind.

¿Con quién cuenta doña Palin? ¿Con la policía de Alaska? Si así empiezas mi reina, desde tu comarca helada, cómo será cuando taconees por Washington.

Por acá todos los opinadores hablan de trapos rojos, potes humo.

Fabricar trapos rojos, por cierto, aquí resulta buen negocio.

Yo no sé nada. Estoy en mi banca, pero tengo esa sensación de que la jugada contra los yanquis podría ser más bien del tipo electoral. Una de esas poderosas: cohesionar, reforzar el entorno, la fidelidad, estemos juntos siempre, me quieren matar y sólo unidos y con un enemigo común saldremos adelante.

Puede ser buena. ¿Por qué no?

La de la Palin, por su parte, es más extraña. La señora debería correr unos cuantos kilómetros antes de abrir la boca. Y sin iPod, porque esa debe trotar escuchando a Celine Dion. Avemaríapurísima.

¿En qué puede perjudicar al míster de aquí lo que digan en el juicio de la maleta? Al final, es la palabra de una sarta de delincuentes contra la de un presidente. Que digan lo que quieran. ¿Acaso él ha ocultado sus preferencias electorales y su apoyo en dólares a sus colegas de la región? ¿Acaso alguien reeditará un juicio como el que le clavaron al gocho?

Ya no hay por aquí un Escovar Salom. Ni “notables” con influencia sobre las instituciones.

Si a alguien debería preocupar el juicio de Miami es a Cristina. ¿Los mandará ella a la misma mierda?

Difícil, che, difícil.

Merengue chino

Y entonces alucino así: que voy al Don Cómodo, un añoso comedero en el centro de Caracas, muy cerca del periódico, en busca de la paella de los martes. Pero ya no está el ambiente medio en penumbras, el mobiliario de todos esos años, los manteles percudidos, las cortinas cincuentenarias ni el olor a creolina tan parecido al del explotado retén de Catia.

En su lugar hay chinos moviéndose entre un decorado de un mal gusto brillante, brilloso, más parecido a la estética neoportu de las panaderías que hoy regentan esos jóvenes de segunda generación embutidos en jeans color salmón y luciendo camisas de mangas cortas y arremangadas.

En los pantalla plana primero se ve un dvd con canciones de pop chino. Pero de pronto, antes de que lleguen los fideos y las costillitas con sal y pimienta, comienza una cosa que parece un Cirque du Soleil de bajo presupuesto. ¿Qué puede ser eso Dios mío?

Y en el medio de la escena irrumpe como una explosión una figura entrada en carnes de negrísimo cabello y potente voz: sí, es ella, Olga Tañón, desde algún escenario en Puerto Rico.

En el techo del lugar algo asombroso: una hilera de cornetas triaxiales -que mejor le calzan a un cajón de una 4x4 a las orillas de Buchuaco- están aquí reproduciendo con inquietante delay el merengue despechado de la Tañón.

Hinco los colmillos en un trozo de costilla. Miro los rostros. Un joven mesonero de dientes horrendos me felicita por la elección. No estoy alucinando. Los chinos no sólo se adueñan de todo. También hacen esfuerzos por procesarnos. Nunca me servirán eso que alguna vez se promocionaba como la mejor paella de Caracas, aunque no lo fuera. Pero entienden que esto es el Caribe y que lo nuestro –de acuerdo a todas las ferias de provincia- es el merengue de Olga.

La hora del asco

Sin duda es un mal día. Uno de esos de elecciones equivocadas. Camino un montón de cuadras por la avenida Urdaneta buscando algo que no consigo, un bien escaso: lentes de contacto para mi portentosa miopía.

Decido almorzar ahí donde una vez comí una aceptable hamburguesa. De un estilo que evoca a las del Crema Paraíso de la infancia.

Pero es un mal día. Eso ya lo dije.

En una de las mesas papá y mamá con una niña que se está poniendo nerviosa. Aparecen desde el techo algunas cucarachas atontadas buscando un sitio para morir. O buscando el aire que les falta. Cae una con un sonido que, a falta de mejor descripción, diré que se escucha como sordo. Es como si dejaras caer con fuerza una caja de cigarrillos o un paquete pequeño ni muy blando, ni muy duro.

Un pequeño revuelo se arma cuando surge otra en el cielo raso. Es que han fumigado en el edificio y las bichas andan alborotadas, es la explicación que da un señor que comienza a angustiarse. Ya es tarde. Mi hamburguesa está lista y decido que la despacho allí mismo. Pero en otra mesa que juzgo menos arriesgada.

El local es pequeño. La niña permanece en actitud vigilante y avisa con voz temerosa la llegada: una, una más. El muchacho que cobra –muy parecido al cantante de Los Amigos Invisibles- se altera y va a reclamarle algo a la conserje.

Como con la urgencia de Pilón. No creo que pueda volver nunca más a este lugar. Es una lástima. Es tan cerca. Pero preferiré manejar hasta un Crema Paraíso de verdad. Sé que sobreviven dos en Caracas, aunque la infancia haya quedado atrás.

La familia pide que pongan su almuerzo para llevar. Tengo el estómago revuelto. Ha sido un mal día, una pésima decisión.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Serenata cursi



Al principio lo percibió como un ruido. Uno más en esta calle que ha perdido el silencio. Nada extraño, algo como música allá abajo. Eso que parece una guitarra. ¿Será que le subo volumen a la tele? Pero. Un momento. Esa voz. La reconoció: la había escuchado más de una vez. Y se ilusionó: era una serenata para ella. A media noche. Y para ella. Como en los tiempos de antes, pensó. Qué romántico.

Decidió hacerle esperar. Peinarse un poco. Cambiarse esa franela horrenda que usa para dormir: estirada, desgastada. Quitarse las medias blancas con rayas azules que aún sobreviven a décadas de lavadora y Ariel.

En el apartamento hubo revuelo. El viejo con cara de no saber qué hacer. La vieja asomada parapetándose detrás de las persianas. La hermanita con expresión incrédula y con ganas de entrar al chat para contar la anacrónica escena. No lo iba a decir así. Ella no conoce la palabra anacrónica. Pero seguro se las arreglaría para transmitir la idea.

Qué loco, se decía, mientras terminaba de alisarse el cabello. Ese loco montado en el capó del Volkswagen. Qué loco.

Y justo cuando se disponía a salir al balcón, los primeros acordes le hicieron retroceder. Eso lo conozco. Hasta la hermanita arrugó la cara. Claro que lo conocía. Hace un año que trabaja en esa tienda del Sambil y se las sabe de memoria. Muy a su pesar. Todo el día, todos los días escuchando canciones de Maná y de Ricardo Arjona.

Una pesadilla. Hasta la más fanática se harta.

Y ese tipo tan cursi cantando una de Maná con dos guitarras y segunda voz. De loco pasó a cursi. En cuestión de segundos.

¿No vas a salir?, le preguntó la vieja.
¿Nos vamos a calar al serenatero toda la madrugada?, quiso saber el viejo.
¿Prefieres que suba y te cante en muelle de San Blas aquí en la sala?, acabó ella con la discusión.

No. No podía corresponderle a alguien capaz de hacer algo así: ¿Maná? ¿Coño, Maná?

Y apenas empezaba. Porque la tercera fue de Arjona. Con la cuarta volvió Maná. Hubo intentos con Luis Miguel. Pero Maná y Arjona siguieron alternándose como AD y COPEI en esos tiempos de antes… cuando las serenatas eran otras.

Montado sobre el capó, con pose de Romeo moderno, el muchacho lo intentó. Descarrilado en sus gustos, no quiso entender al amigo que desde la acera comprendió que era mejor irse antes que terminar en el fondo del barranco eligiendo algo del repertorio de Montaner.

Ella no salió. Se puso su camiseta horrenda otra vez. Le dio volumen a alguna serie tonta del canal Sony y comenzó a limarse las uñas con furia.

De pronto se dio cuenta del silencio.

Alcanzó a ver al par de policías. A los muchachos azorados tratando de hacerse los simpáticos.

Y la hermanita chateaba y montaba las fotos en facebook.

martes, 2 de septiembre de 2008

La fábrica de agujeros negros

La noticia impulsa un resorte de la memoria. Me hace pensar en los lugares peligrosos en los que he estado, en algunas situaciones de riesgo.

Cuando fui con mis primos a comprar una botella de ron en el barrio Las Malvinas de El Valle en esos días de febrero y marzo de 1989 para hacer más llevadero el encierro y el concierto nocturno de balazos.

La borrachera monumental y vergonzosa andando por Ciudad de México solo y extraviado en una noche que recuerdo a jirones.

Acercarme a Puente Llaguno en el momento crudo del plomo yendo y viniendo: de arriba para abajo y viceversa.

Andar con un sentenciado a muerte por un barrio caliente de San Cristóbal persiguiendo una historia de sicarios.

Tomarme unas cervezas al lado de un grupo de traquetos en un bar de Cali.

Viajar en autobuses desde el Nuevo Circo en temporada de vacaciones.

Cosas así. La mayoría hechas sin ninguna pretensión heroica: no cargo con esos genes en el cuerpo. La mayoría vistas a la distancia con un miedo residual, a destiempo.

Y la noticia me indica que todo eso no era nada: fue en Suiza, en realidad, donde estuve en el lugar más peligroso del mundo.

Tanta neutralidad, tanto queso derretido y ahora resulta que muy cerca de Ginebra, bajo la superficie, conocí parte de eso que –según algunos- podría acabar con la tierra en menos de lo que se calienta un fondue.

Y uno ahí, sin percatarse de nada, creyendo que los malos estaban en Irán, en Corea del Norte, en China, en la mansión Bush, en cualquier otra parte.

Dice la información publicada hoy 1 de septiembre que el Gran Acelerador de Hadrones (LHC, en inglés) que construyeron en el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (CERN, en francés), allá en un lugar bucólico vecino de Ginebra –que, por cierto, inspiró un cuento de Julio Cortázar-, podría acabar con todo y borrarnos del Universo apenas lo pongan en marcha completa entre este mes y el que viene.

Un grupo de científicos y teóricos del caos (linda profesión esa: teórico del caos) denunciaron el proyecto ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos porque están convencidos de que el enorme acelerador de partículas que construyeron juntos un montón de países para, entre otras cosas, recrear lo que sucedió una milmillonésima de segundo después –o antes, ya no recuerdo la explicación- del Big Bang y para, entre otras cosas, encontrar la llamada “partícula de Dios” (bosón de Higgs), terminará más bien por producir el horror, el horror: agujeros negros que engullirán todo hasta dejar la nada… empezando por el queso suizo y la hermosa cumbre del Mont Blanc, hasta extinguir de una vez y para siempre a Madonna, a Osama donde quiera que se esconda, a la revolución latinoamericana y acabar con la expectativa de si, al fin, un moreno bien plantado llegaba o no a instalarse un rato a mandar desde la Casa Blanca.

Hasta una animación computarizada de cómo será la cosa está colgada en Youtube.

El arma de la destrucción absoluta estaba construyéndose ante las narices de todos, financiada por 34 naciones a un costo que pasa de largo de los 2 mil millones de euros y apenas ahora, cuando están a punto de echarla a andar y ponerla a colisionar protones es que los teóricos del caos intentan hacer algo al respecto.

Yo estuve ahí hace algunos años. Y como los expertos de la ONU que buscaron en Irak y en Irán, no pude ver nada peligroso en ese descomunal esfuerzo científico. Pero, claro, qué iba a estar viendo semejante ignorante.

Lo bueno, cree uno, es que los del CERN juran que podemos estar tranquilos, que lo que va a pasar en ese túnel de 27 metros de diámetro ya sucede o ha sucedido de forma natural en el Universo y aquí seguimos nosotros y allá arriba las estrellas.

Lo extraño, es ser testigos de una disputa de científicos acerca del inminente fin de todo. Científicos, no sectas religiosas.

Lo malo, es que no tendremos a quién hacerle el reclamo.

Nos apagamos

Es el día del gran apagón. Ya hay luz. Parece que el servicio es parcial. En una cola escucho la rueda de prensa convocada por los señores que deberían garantizar que la electricidad no se convierta en otro bien escaso. Dan sus razones: un accidente, un evento inesperado en no sé dónde.


Los reporteros preguntan. En realidad no preguntan. En realidad quizás no son reporteros de verdad.


La luz vendrá y se irá otro día. Esa es una certeza. La otra es que no puede llamarse periodismo a eso que están haciendo: no interrogan, no buscan aclaratorias. Los han puesto allí para ayudar a los funcionarios: “ministro, haga un llamado a la calma”; “camarada, vuelva a aclarar que todo está bien”; “poeta, desmienta usted a esos irresponsables de los medios que dicen que el Metro no funciona”; “ministro, vuelva a decir que todo está controlado, por favor, y que la gente no salga de sus casas si no es por algo importante”.



Ese sí que es un regulador de voltaje.