miércoles, 3 de diciembre de 2008

Turista malandreado


Todo el mundo te malandrea por aquí. La vieja que te mira burlona, la otra que chalequea a los amigos que están en la cola para votar, el tipo con pinta de policía que anda de “incógnito” con su franela roja y reparte chuletas del Psuv, los carajitos que hacen lo mismo pero con chuletas de Primero Justicia.

Te malandrea la “testigo” que te cae con el cuento de que no puedes tomar fotos a menos de 200 metros del centro electoral como si tuvieras la cámara arrechísima de Edmundo Fuenmayor.

Te malandrean con su actitud los flacos –impelable la guardacamisa ovejita blanca- que miran recostados a la pared como consintiendo que por hoy y sólo por hoy se instale en su calle este bochinche de gente para allá y para acá y de motos de la Guardia Nacional circulando como si nada.

Te malandrea la señora que vende hervido y pinchos y que te dice que no votó por uno de los candidatos porque le parece un inútil y porque además “está en la lista de los patos”.

Te malandrea todo, en realidad, porque una cosa tan seria como esta elección –la del 23-N, se entiende- aquí es una feria colorida y ruidosa en la que no existe la ley seca y las cervezas ruedan muy frías desde temprano y en la que las rígidas normas del CNE no alcanzaron la cumbre del cerro en Petare y quedaron extraviadas allá abajo en el valle caraqueño.

Hay, incluso, una forma malandra de ser motorizado: una pose inequívoca que envía señales, una manera de sentarse, de posar los pies, de controlar la burra y entrompar el camino. El malandreo es un modo, más allá de otros asuntos.

Y te puedes equivocar: miras entre las casas apretujadas a cada lado de las escaleras y ves el Ávila a lo lejos y los edificios y si decides tomar una foto puede que más tarde te arrepientas y sientas que quebrantaste un código que no conocías y se te acerque ella, la trigueña de pantalón blanco a la cadera, a preguntarte que por qué carajos le estabas tomando fotos a la casa aquella, que para qué y con qué propósito.

Torpemente le explicas algo que a ella no le interesa porque no tienes una razón suficiente: ¿qué vas a decirle? ¿que eres arquitecto y te llamó la atención la forma de las columnas, el arte y la técnica de echar las bases en pendiente?

¿O le vas a decir que la ciudad se ve muy bonita desde aquí y que la felicitas por esa vista tan interesante?

No lo creo.

Ni siquiera el tipo de la zona con el que hablabas intercede a tu favor. Ella se aleja y te mira desde su esquina acompañada de otra que parece aún más molesta. Entonces te acercas para seguir explicando nada, para decirles que no hay segundas intenciones y especialmente para que te calibren bien y se convenzan de que eres un pendejo que quiso llevarse una postal. Nada más. Un turista en el barrio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

De verdad que la realidad en ocasiones entretiene, que lastima.

Gerson Ruiz Hidalgo

Anónimo dijo...

Oscar te falto la Sra. que vende las cervezas....jajaja te puedo pasar el dato...jajaja