viernes, 12 de septiembre de 2008

La hora del asco

Sin duda es un mal día. Uno de esos de elecciones equivocadas. Camino un montón de cuadras por la avenida Urdaneta buscando algo que no consigo, un bien escaso: lentes de contacto para mi portentosa miopía.

Decido almorzar ahí donde una vez comí una aceptable hamburguesa. De un estilo que evoca a las del Crema Paraíso de la infancia.

Pero es un mal día. Eso ya lo dije.

En una de las mesas papá y mamá con una niña que se está poniendo nerviosa. Aparecen desde el techo algunas cucarachas atontadas buscando un sitio para morir. O buscando el aire que les falta. Cae una con un sonido que, a falta de mejor descripción, diré que se escucha como sordo. Es como si dejaras caer con fuerza una caja de cigarrillos o un paquete pequeño ni muy blando, ni muy duro.

Un pequeño revuelo se arma cuando surge otra en el cielo raso. Es que han fumigado en el edificio y las bichas andan alborotadas, es la explicación que da un señor que comienza a angustiarse. Ya es tarde. Mi hamburguesa está lista y decido que la despacho allí mismo. Pero en otra mesa que juzgo menos arriesgada.

El local es pequeño. La niña permanece en actitud vigilante y avisa con voz temerosa la llegada: una, una más. El muchacho que cobra –muy parecido al cantante de Los Amigos Invisibles- se altera y va a reclamarle algo a la conserje.

Como con la urgencia de Pilón. No creo que pueda volver nunca más a este lugar. Es una lástima. Es tan cerca. Pero preferiré manejar hasta un Crema Paraíso de verdad. Sé que sobreviven dos en Caracas, aunque la infancia haya quedado atrás.

La familia pide que pongan su almuerzo para llevar. Tengo el estómago revuelto. Ha sido un mal día, una pésima decisión.

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