domingo, 26 de abril de 2009

El rock de Farías

Demasiado rato hacía que no escuchaba expresión tan avejentada. Como decir que alguien está “chiflado”. Como cuando el viejo Medina me dijo, muy circunspecto allá en la adolescencia, que ya estaba bueno de ir a “esos bailes” porque mi madre estaba preocupada, refiriéndose a los conciertos de rock en el Poliedro de Caracas a los que me escapaba en autobús desde Macuto.

Expresó Jackeline Farías su sueño y ese fue el disparador de estos recuerdos, el sacudón de esta polvareda del tiempo. Insuflada y acomodada por el dedo del teniente coronel, Farías nos contó que sueña cosas, que aspira a plazas con vida más allá del jamoneo –ay, los ochenta- y el evangélico que se cuelga de estentóreos discursos que prometen infiernos y que, además, quisiera ella que a lo largo del bulevar de Sabana Grande, en cada esquina casi, se escuche eso que, desinformada del presente, insiste en llamar “rock de protesta”.

¿Rock de protesta?

El mohoso concepto musical de la ungida por ese dedo medio que nos pinta el comandante, acumula los mismos hongos que anidan en el pan duro de calificativos como el de “música moderna” que los viejos de cada época aplicaron a eso que escucharon los jóvenes para tormento de sus progenitores: “moderno” ese twist, “moderno” ese vulgar llamado Elvis, “moderno” esos inglesitos del yeah yeah, “moderno” esos pelúos, “moderno” ese griterío y esas guitarras que suenan como pelea de perros, “moderno” ese bailecito de Travolta…

Revisa uno estos años y nada hay que remita a esa comedera de flores y a esa actitud Joan Baez a la que aluden los anhelos de la dedopuesta. Ni Bob Dylan ni nada. Todo artista de rock siempre ha sido un producto en sí mismo, un tipo o una tipa que ansía ser consumido por muchos y contratado por empresarios para presentaciones que resuelvan la molesta cotidianidad: pagar por una casa, por el carro tal, por el colegio de los muchachos, por el reloj aquel, por esa guitarra buenísima. Todos, hasta los más buen rollito, hasta los más anti sistema, andan en pos de lo mismo. Y, claro que sí, están en su pleno derecho. De eso, más o menos se trata el mundo desde que empezó a escasear la carne de mamut.

La idea de Farías, para que lo vaya sabiendo, podría meterla en problemas con el dedo medio y hasta con el meñique. Y ni hablar del pulgar, el gordito ese que en todo participa y se siente tan imprescindible. Porque si el rock protesta, en todo caso, será contra el poder, contra el orden establecido. Y aquí ya estamos clarísimos acerca de quién es el poder y quién determina el orden establecido.

A menos que Farías sea una valiente anarquista o una infiltrada de la CIA, dudo que quiera ella toparse con una bandita de pelúos en la esquina del Gran Café vociferando su estridente queja contra la inflación, contra los abusos de la Guardia Nacional, contra los 13 mil y pico de asesinatos anuales, contra la inflación o sumándose a nobles causas en defensa de los empleados públicos cuyos contratos colectivos no se discuten o de esos a quienes la nómina mil millonaria de la alta gerencia les informa que no recibirán aumentos salariales y que la consigna es resistir la crisis y la inflación como supremo sacrificio del proletariado.

¿Es eso lo que usted quiere Farías?

Luce como imperdonable contrasentido, a menos que Farías asuma que los adalides del rock de protesta pasen sus días componiendo canciones que hablen de tiempos idos, de Morales Bello, del Sierra Nevada, de Ciliberto, de la censura al Último tango en París, de las cacerías anticomunistas de Betancourt… cosas así. O se desgañiten en alaridos contra Carmona y los demás caimanes, que descarguen contra Globovisión y entonen himnos guitarreros exaltando la gloria inmarcesible del comandante en jefe y sus alados arcángeles que han venido a traernos el idílico reino del socialismo del siglo XXI.

Si la cosa es así Farías, usted se equivocó: de eso, en mi humilde opinión, no puede tratarse el “rock de protesta”. Usted no quiere, estimada, rock de protesta. Y por no querer, no debe ni querer que le proteste nadie: ni los viejitos por la pensión, ni los docentes, ni los médicos y enfermeras que siempre andan con sus afanes burgueses reclamando bonos y cesta tickets. Usted lo que quiere es propaganda, lo que quiere es jalabolismo, una nueva categoría de rock que está por verse.

miércoles, 22 de abril de 2009

William, el unificador

Ya lo tenía visto yo. Esa vez que me atraganté de quesadillas en Corozopando, ahí mismo, a la orilla de la carretera sentí el deja vu, el "coño, yo como que he estado aquí".

Durante unos pocos segundos pensé que era el efecto placentero de las quesadillas, alguna dopamina incluida en la composición química de la particular cremita interna que tienen esas bichas. Pero no. Es que de pronto lo tuve claro: ¡si Corozopando es igualito a Los Palos Grandes! ¡Si este lugar, exceptuando el mosquero, es clavado al café Arábica!

¿Qué cosas, no? Y vino William Lara a formularlo de otra manera: que hay que unir Guárico con Miranda. Todo un visionario el gobernador. Pese a las diferencias políticas que se puedan tener, hay que darle la razón: Miranda y Guárico son la misma vaina. Estados gemelos. Los Cástor y Pólux de nuestra mitología criolla.

La cola infernal para atravesar San Juan de Los Morros es la misma que forma el Mundo del Pollo en la avenida Blandín y se hermana con la tranca que arma la gente que insiste en ir a Miga's, un poco más allá y sin que aparezca nadie a poner orden.

Valle de la Pascua, que nadie lo dude, tiene los mismos problemas que Carrizales: esa cosa con la topografía. El clima en Camaguán, lo sabe todo el mundo, por apenas dos o tres grados no es el de San Antonio de Los Altos. Y Guayabal tiene tanta vida comercial y tantas calles estrechas como el casco central de Chacao. Y en la época de lluvias, se desbordan las quebradas igualito que los ríos en el llano.

No hay mucha vuelta que darle al asunto: si uno pudiera juntar todos los morros de San Juan, quedaría una montaña como el Avila. Empecemos ya a pensar en el nombre del nuevo estado, que el gobernador ya sabemos quién será.

terrorismo mediático: generalizando

martes, 14 de abril de 2009

el mural veneboliviano

Algo inquietante tiene ese mural. Casi todos los días la luz roja me obliga a mirarlo. Se supone que es un obsequio de ciertos patriotas de casa a los hermanos del consulado de Bolivia, esa sede diplomática donde hace ya algunos meses algunos practicantes de eso que llaman "periodismo bolivariano" -das pa´todo Simoncito- fueron a ofrecer hasta su sangre "si ello fuere necesario" para ir a defender al amenazado camarada Evo. Las vainas que hay que oir. 

Yo la verdad sospecho del mural. Me asalta la impresión de que hay un mensaje de dominación implícito en esos dibujitos, algo más próximo al sometimiento que a la hermandad. Cosas de uno que quizás necesite ayuda psicológica, pero al afrodescendiente de las alpargaticas le veo los ojos como muy puyúos mirando a la boliviana. Romántico, sin duda, el acto de entregarle una flor. Pero ya sabemos lo que viene después de las flores y los chocolates... y mami qué será lo que quiere el negro...

Es como para preguntarse: ¿por qué el autor elige encarnar a Venezuela en un varón y a Bolivia en una mujer? ¿Acaso los nombres de los dos países no terminan en "a"? 

¿Por qué la llama, con esa expresión resignada tan propia de su especie, debe mirar el pico enhiesto de esa extraña ave que parece tucán pero que quizás sea arrendajo? ¿Qué intenciones alberga ese pájaro que también parece androide? ¿Por qué asoma, a fin de cuentas, ese pájaro tan desproporcionado en su perspectiva ingenua justo del lado de nuestro paisano?

¿Acaso el moreno galante se llevará a la andina detrás del arbolito o será ella quien lo lleve a él más allaíta a su montaña?

Puras preguntas abiertas deja ese mural. 

Lo más curioso, con todo, es que la boliviana y el venezolano quedan fuera del paisaje, pisando en la nada, los pies colgando...